miércoles, 17 de octubre de 2018

Ha llegado otra nueva Temporada.



           

Dedicado al Profe, Antonio García Escudero.


Hoy llega otra temporada. La vida fluye como fluyen los ríos de mis sueños pero sigo vivo sin saber aun la causa.

Sobre mi mesa una caña, un carrete, unas pobres moscas oxidadas. ¡Qué más da! En este primer día de la temporada austral romperé todas las curvas de los anzuelos que emplee como un homenaje al dios de las aguas. Daré las gracias al ver que mi vida pasa como pasan los ríos, aunque finalmente deba llegar al mar...

                                      

                                             §§§                   §§§                    §§§
  

 Sobre la tersa superficie de la tabla están emergiendo algunas efímeras. Ellas saben de los peligros que las acechan bajo la superficie pero no pueden cambiar su destino: muchas se salvarán gracias al sacrificio de otras. Altruista enseñanza de tan humildes seres.



   
   
   El elegido no es un río de grandes ejemplares; lo he seleccionado para Pescar a mi estilo y así poder disfrutar sin que me agobien deseos de grandes peces y menos de tomar esas horribles fotos tan a la moda. Os puedo jurar que en mis pesadillas nocturnas me rodean millones de fotos de pescadores con cañas en los dientes y truchas en las manos…

   Una, dos, tres subidas silenciosas  entre la niebla matinal que casi no rompen el agua. Sí, son emergentes y generadoras de tomadas fulgurantes, ese tipo de cebas que tanto desorienta a ciertos pescadores inexpertos. 

   Montada la caña, mi amada caña regalo de Antonio el “Profe”, (una TXL-F 4710-4) efectúo el lance de honor. Surge la magia, vuelan mis sueños, me hace guiños la última estrella de la noche, la estrellita de la Cruz del Sur. 

   Unas leves señales sobre la tabla me dicen que pronto habrá ceba abundante. Me distraigo mientras viendo evolucionar mi veterana mosca. Salta, brinca, rueda entre las corrientes, juguetea feliz de saberse libre ¡como yo! Al final la hunde un remolino. La traigo a mi mano y la baño con amor en los cristales de secado de SALMO. Me mira y nos sonreímos: somos dos cosas perdidas en el Paraíso de la Trapananda dichosos de saborear hasta el más insignificante segundo de nuestra existencia.

   No consigo ver las truchas y echo la culpa a no tener gafas polarizadas. Un Martín Pescador se ríe de mí... ¡Qué más me da! He llegado a no envidiar su maestría como lo hacía años atrás. Cada uno tenemos nuestro destino marcado ¿o lo marcamos con nuestros errores?

   Unas ondas circulares señalan con precisión al pez . Allí lanzo sin sobrepasar esos círculos tan apasionantes. Fulminante subida; clavada suave, susto de ambos y el pez vuelve feliz a su postura. Era mediana, pero muy luminosa. ¡Inaugurada la temporada del 2018!

    Seco la tullida efímera y vuelvo a lanzar. Siguen subidas, rechazos, luchas breves que ellas interrumpen al escupir fácilmente el engaño. 

   Llegado a una larguísima tabla que en su margen izquierdo presenta una hilera de rocas veo cebas numerosas, la mayoría de peces pequeños. Me divierto con los engaños y con sus alocadas piruetas. 

   En la misma cabecera una sombra me alerta: ¿será trucha? ¿Por qué no monto una mosca convencional para ver si es tan grande como promete la sombra? Me sereno y espero que repita la subida: ¡Sí! Es hermosa esa sombra y está tomando con despreocupación. Para poder ver bien la escena que sucederá, vanidosa presunción de pescador, ato a mi cola de rata un matapiojos. Lanzo y rechaza. ¡Pero qué necio soy!: no es llegado el tiempo de libélulas aun. La vejez…

   Retiro ese abejaruco y ato una Red de alas escandalosas. Me río de mi mosca y hasta temo que pueda levantar el vuelo y desaparecer por el azul del cielo escondiéndose entre alguna nube.

   Bien impermeabilizada, la Red flota muy alta, casi de puntillas como si quisiera no hacer ruido para pasar desapercibida. Pero llega en mal momento al pez porque acaba de cebarse sobre una natural. No importa; volveré a presentarle mi alada veterana en el preciso momento. Espero unos segundos. Sube sobre otra natural y cuento antes de lanzar. ¡Siete! Es ese su ritmo y podría ser correcto dada la intensa frecuencia con que se le presentan las moscas. Uno…cinco, seis y lanzo. Cae por delante del pez, suave como un aquenio.

   Navega serena arrastrada por la leve corriente. Una bocanada de viento río arriba la detiene en el descenso unos segundos, los suficientes para que la trucha la vea y se arranque nerviosa hacia la mosca. Pero la brisa aumenta y hace volar a toda la cola de rata. La trucha se muestra rabiosa, diría que despechada por esa "traidora" que se le escapó. Cuando cesa la brisa cae la mosca de nuevo al agua y ni me dio tiempo para ver bien su furiosa subida. ¡Qué bello pez y qué entusiasmante tomada!




   Lucha poderosa que la caña del #4 supo dirigir con autoridad. La contemplo unos segundos en mi mano pero salta al agua inesperadamente. Hubiera querido acariciarla para serenar sus nervios… ¡y los míos! El Martín Pescador me dice desde su divisadero con su cresta erizada:

-“¡Viejo, feliz temporada 2018!”

   Desmonto la caña. Guardo el chaleco y salgo apresurado hacia el lago de mis sueños: se me abrió el apetito de peces de verdad, peces que estas mágicas aguas saben criar.

   La empinada subida hasta el lago me hace sudar. La inmovilidad del largo invierno y los años me obligan a descansar varias veces. Pero la súbita aparición del recuerdo de aquella trucha del rincón del lago me hace saltar como si tuviese veinte años.

   Llego hasta ese recodo de la laguna donde aprendí a hablar con ellas. Abundan ya las cebadas; son buenas truchas del entorno al kilo, pero hoy sólo busco a Ella, esa que rompió varias veces dejándome derrotado. Para esperarla me siento cómodamente en un grueso tronco sumido en el lago, silla de viejas andanzas que renacen en mi memoria.







 

  Pasa mucho tiempo y varias truchas se ponen a tiro mas no quiero alertar a mi quimera ¡si es que vive! Los dos somos muy viejos y la conozco lo suficiente como para ser precavido. Sólo verla un año más es lo único que pido.

   Sumido en el delicioso silencio de mi laguna me alerta la voz del viento. Se riza el agua y los reflejos empeoran mi visión. Podría pasar inadvertida si apareciese mezclada con otras compañeras, pero no me inquieto porque sé de su tamaño y sigo esperando. Total estar sumido en este bosque de lengas, de coigües, de sombras misteriosas es suficiente para saborear mi pesca, esa pesca tan incomprendida por otros colegas.  También Ellos desean grandes truchas, pero cuando las consiguen sólo piensan en hacerse fotos para alardear en su mundo. ¿Disfrutan del profundo significado del Arte? Sinceramente, y por experiencia propia, me atrevo a creer que no. Buscan el deporte, los récords, el sensacionalismo tan de moda hoy día… Se pierden lo más hermoso de todo, el vivir despiertos ante cada onda del agua, ante cada sombra insinuante, ante cada mágica efímera que se levanta cercana portadora de un delicado mensaje al cielo… La pesca como Arte es mucho más que ese deporte que tanto me disgusta, pero de nada vale pregonar en el desierto: seguirán los deprimentes concursos, las fotos con grandes trofeos, trofeos que muchos ni fueron pescados por los que presumen con ellos. Lo he visto numerosas veces cuando fui guía de pesca. Y si muchos supieran que pesco sin anzuelos se reirían del viejo chocho. ¡Cuánto lo siento por ellos! Se pierden lo más sublime de la Naturaleza: saber leer los mensajes de las aguas, de la luz, del viento.








   
   Siento frío; cae la tarde y debería bajar con luz natural por el pendiente camino: no he traído linterna. Resignado, me levanto entumecido y algo decepcionado, mas pasa en ese instante una trucha comiendo “zancudos”; no la veo bien pero decido lanzar para desquitarme de la fracasada espera.

   Dos falsos lances. La posada es suave. ¡Esta cañita Sage tan precisa! Aun así fui optimista al haber querido pescar ese pez tan deseado con semejante juguete, pero quizá sabía que no llegaría a verlo. Intuición de viejo zorro.

   Veré si esta trucha me endulza el final de la jornada inaugural. La mosca flota serena mecida por las ondas que produce una leve brisa. No hay respuesta pero aun el pez navega cerca y quizá decida tomarla. ¡Sí! La sombra del pez se acerca con aceleración creciente hacia mi engaño. Como por arte de brujería desaparece de la superficie en una tomada “mágica”. Al sentirse clavada salta como si quisiera tocar el cielo. ¿Será un pájaro?

   La puedo intuir en esas acrobacias: ¡es enorme! ¡Es ella! No, no puedo creerlo pero semejante tamaño no induce a equívocos. La cañita se dobla como un junco y mi mano cede sin lograr mantener la vertical. La trucha salta y salta muy alejada de mí. Saca mucha línea profundizando en el arcano secreto del lago; la doy por perdida al sentir su enérgico cabecear, pero al final no se suelta.

   Cede algo la tensión al desplazarse a la derecha. Allí existe un fondo rocoso pegado a la orilla, lado por el que mi Hijo Luis me hace pescar desde la barca con cañas para tiburones. ¡Si tuviera una ahora! Pero la trucha sigue clavada y trato de traerla cada vez más cerca.

   Tiro; recojo línea con el carrete. Repito una y otra vez la maniobra ¡y la voy acercando! Miro de reojo la línea que aun queda en el carrete: veo el hilo de reserva entra las espiras. ¡Está muy lejos! 

    Jalo y recojo; jalo y recojo. La Sage de línea #4 y 7 " muestra su coraje y soporta el peso y la fuerza del pez con dignidad. En un nuevo esfuerzo la trucha vuelve a sacar la línea que ya había recuperado yo, ¡quizá más aún! No desespero y vuelvo a la maniobra anterior: jalo y recojo, jalo y recojo...

   Para dirigirla mejor tumbo la caña al lado contrario a su trayectoria con la puntera muy pegada al agua. Noto las pulsaciones de la trucha en mi mano ¿o es mi corazón el que late?

   Cuando llega al mismo punto anterior mi brazo pide descanso. ¡Ni hablar! ¿No pretendía ver esa trucha algún día en mis manos? Pues ahora tengo esa oportunidad aunque sea improbable.

   Jalo y recojo, la aproximo lentamente pero sé que está muy entera ¡más que yo! Pasan los minutos, ¡los siglos! pero no mueren mis sueños. Miro al firmamento y veo la Estrella de la Cruz del Sur. Me dice algo:

-"Eres un loco soñador".

   La entiendo pero sigo la pelea con mi sueño. Es más fuerte que yo y que mi caña juntos, pero soy un viejo porfiado y no me “doblo”. Jalo y recojo, jalo y recojo...

   Una ola rompe la superficie del lago y hunde un lucero que ahí se bañaba. No, ¡es la plata  de mi trucha! ¡Estoy a punto de verla nítidamente! Pero se arranca de nuevo, esta vez hacia las misteriosas profundidades del lago. Por momentos me invade el desánimo; hasta preferiría que rompiese porque esto se convierte en un casi suplicio.

   Recojo con fuerzas decidido a todo; ella se ríe de la caña y de  mí arrancándose como un rayo hacia las rocas de la orilla. Ha cambiado de táctica: ya no busca la profundidad y se arrima a las rocas de la orilla. Allí hay poco fondo y tiene menos defensa: ¡se ha equivocado!

   Jalo con fuerzas y recojo; el pez se deja arrastrar como un cuerpo muerto pero sé que tiene fuerzas de sobra. Vuelve a cabecear para zafar la mosca de los labios. Al ser sin muerte el anzuelo temo que lo logre y no aflojo la tensión ni un segundo. La arrastro de nuevo y viene con decisión a mi lado. Casi la veo bien pese a la creciente oscuridad de la tarde. Sólo con su sombra me consuelo y empiezo a medirla imaginariamente: tendrá ochenta, noventa centímetros. ¡No! Un metro…

-¡Ala “exagerao”! – dice mi yo bueno.

   Un poderoso tirón suyo hace que deba dar línea de nuevo pero no tanta como antes: la trucha se queda más cerca y siempre pegada a la orilla. Decido tirar suavemente porque quizá así se deje guiar mejor. Y efectivamente, la hago navegar con dulzura siempre guiada por mi brava TXL. Vuelve a remover el agua a escasa distancia de mi postura; no nos separan más de una decena de metros; y tiro suavemente hacia mi derecha; luego hacia mi izquierda. El pez viene zigzagueando. Unos cinco metros, cuatro y… se arranca como si nada hacia el fondo del lago.

   Me desespero; quiero acabar este suplicio pero me domino y la vuelvo a manejar con dulzura hasta llegar a mi derecha junto a una ensenada formada por unos árboles caídos en la orilla. Me acerco caminando para no violentarla más. ¡Por fin la veo! 

   ¡Es mi soñado pez! ¡Quién sabe si mi último pez…!

   Despacio, sin hacer movimientos bruscos, sumerjo la mano hacia ella; está dándome la cola. Muy despacio, como una sombra que se mueve, llego a su costado: ¡es enormemente gruesa! Imposible levantarla por el vientre con una sola mano y por la cola no me gusta hacerlo. Decido acariciar su flanco una y otra vez. No se asusta y cede totalmente la tensión del aparejo. Sigo acariciándola hasta que decido cogerla con ambas manos por el vientre. Al sentirse oprimida sale como una centella, arrastra la línea y recupera un poco la distancia, pero cede pronto y vuelvo a conducirla al el mismo sitio. Viene cansada y se deja abrazar.

   ¡La tengo! Es enorme, tan gruesa que mis dos manos no consiguen abarcarla. ¡Y su peso no me permite manejarla con soltura! Vuelvo a acariciar sus flancos y queda totalmente serena. Sumergida siempre en el agua la mido a palmos: ¡cuatro sobrados! Sí ¡un metro largo de sueño!



   La mosca estaba bien afianzada pero al ser sin muerte sale sin sentir. Ya liberada decide quedarse a mi lado. Me siento en un tronco y nos quedamos contemplándonos mutuamente. ¿Estaríamos soñando los dos?





   
   
   Cuando ondulante, serena, decide buscar la profundidad del lago quiero imaginar que ambos sentimos algo desconocido. Nos encontramos en otras ocasiones y ella siempre venció pero hoy la vencí con una Sage de línea #4.

   Siento tristeza sin saber la causa. Debía estar dichoso por esta fortuna de hoy, pero un presentimiento me hizo imaginar que alguien pueda matarla para pasearla como un trofeo por las calles de la ciudad y comérsela. ¡Tanta belleza podría acabar así! O quizá mi tristeza  se deba al temor de no poder pescarla nunca más...

   No dejo que esos presagios se apoderen de mi mente y comienzo el regreso a mi cabaña con alegría: ¡había pescado un sueño! Al final consigo entender que todas mis truchas, grandes o pequeñas, han sido verdaderos sueños.

Pienso con cierta vanidad inocente:

-“Aquí tenía que estar el Martín Pescador que tanto reía de mí en la mañana.  ¡Todavía puedo engañar a un buen pez! ”

   El misterioso silencio del bosque me abrazó como una leyenda tantas veces repetida desde tiempos pasados. Recuerdo con melancolía el canto misterioso del Gran Duque en las Rochas del Alto Tajo, la alegre compañía de mis perros Linka y Lupo, la humilde cabaña donde fuimos tan felices los tres… ¡Qué tiempos pasados que no han de volver!

   En el cielo la Cruz del Sur marca mi rumbo sin tiempo. Con todo ¡qué bella es la vida cuando se sabe vivir sin vanidades, sin dejar que el sufrimiento se adueñe de nuestro ser! Para lograrlo hay que envejecer con sabiduría. Os aseguro que no es mi caso.